Os vamos a contar qué hicimos en clase para celebrar la noche de Halloween.
La seño Marivi trajo unas riquísimas galletas que hizo la víspera anterior con formas de huesos, lunas, ...¡Que nos encantaron!
Y una de nuestras alumnas trajo unos bonitos regalos de Halloween hechos por ella.
Que lo tuvimos colgado casi toda la mañana mientras realizábamos nuestras manualidades.
Que lo tuvimos colgado casi toda la mañana mientras realizábamos nuestras manualidades.
Lo primero que empezamos a confeccionar, fue nuestra monstruosa cestita de chuches.
Para ello utilizamos cartulina negra para la cestita, cartulina roja o papel charol para los ojos y la boca y folio blanco para los colmillos.
Los utensilios necesarios para realizar esta actividad son: pegamento, tijeras y grapadora.
Fue muy fácil: Primero formamos el cono, y montamos la carita.
Después, con ayuda de una plantilla, dibujamos las alas del murciélago.
Luego, las recortamos y pegamos a nuestro canastito.
A continuación, grapamos las tiras que harán de asa y concluimos nuestra primera creación.
Pero esto no fue todo. Para completar nuestra obra, nos fabricamos unos antifaces con forma de murciélago.
El proceso fue muy similar. Primero, con el soporte de un molde, dibujamos la careta.
Luego, recortamos.
Y por último, nos las colocamos a nuestra medida con la ayuda de dos tiras de cartulina.
Además, algunos nos pintamos la cara de rojo y blanco para darle más realismo a nuestra caracterización.
Todo nos salió ...¡perfecto!
Para terminar os dejamos con este bonito cuento de Pedro Pablo Sacristán.
Hubo una vez un brujo malo,
malísimamente malo, que tuvo la nefasta idea de utilizar todas sus piedras
mágicas para conseguir el conjuro más aterrador. Pero quería que fuese algo tan
terrible y siniestro que nada le parecía suficientemente malvado. Hasta que un
día observó a unos niños pequeños dibujando en la escuela. Cualquier persona
normal hubiera pensado que aquellos dibujos de líneas torcidas y un poco
difíciles de entender eran una maravilla habiéndolos hecho unos niños tan
pequeños, pero los malvados ojos de aquel brujo vieron una cosa muy distinta:
¡una aterradora fábrica de monstruos! Supongo que algo de razón tendría:
después de todo, los dibujos de los niños suelen tener las cabezas grandes,
peludas y deformes; o demasiados brazos y piernas; y además casi siempre están
llenos de colores, y tienen ojos inmensos, dedos larguísimos y bocas torcidas.
Entusiasmado, el brujo corrió a su
guarida, juntó tanta magia negra como pudo y, al caer la noche, gritó su
hechizo a las sombras:
- “Criaturas de la noche,
Criaturas del papel,
Las que dibujan los niños
Un poco más mal que bien
Cada año, en esta noche
Debéis salir a correr”
Ojalá pudiera decir que era un brujo
penoso y su hechizo no salió bien, pero no sería verdad. Su hechizo fue
perfecto, y esa noche todos los dibujos de los niños pequeños cobraron vida, y
se convirtieron en monstruos de boca torcida que asustaron a todo el mundo. Eso
sí, fue precisamente aquel brujo tonto quien más miedo pasó, y salió huyendo de
allí tan rápido que nadie volvió a verlo nunca. Y de esta forma, habiendo
desaparecido el brujo sin anular el hechizo, cada año, al llegar aquella noche,
los dibujos despertaban y aterrorizaban a todo el mundo.
Habían pasado casi cien años de sustos
cuando Nora, una viejecita arrugada que aún conservaba su alma de niña,
reconoció en uno de aquellos monstruos el dibujo que había hecho tantísimos
años atrás. A la mañana siguiente, buscó entre sus viejísimos cuadernos y
encontró el dibujo. Al mirarlo, se dio cuenta de que lo había hecho con la boca
torcida, y que los gruñidos de aquella boca torcida incapaz de hablar eran lo
que más miedo le había dado del monstruo. Así que tomó una goma y un lápiz, y
cambió la boca torcida por una gran y perfecta sonrisa. Aunque era viejísima,
esperó un año entero sin morirse, y sin ponerse enferma ni siquiera un día, de
tantas ganas que tenía de comprobar si el cambio en su dibujo tendría algún
efecto en el monstruo…
Y vaya si lo tuvo, porque esa noche hubo
un monstruo que no andaba gruñendo ni dando sustos, sino que se portaba de
forma amable y sonriente. Y, sin perder ni un minuto, Nora juntó a sus muchos
nietos, biznietos y tataranietos, y les envió a buscar sus antiguos cuadernos
para cambiar hasta la última de las bocas torcidas por una gran sonrisa. Y, con
su nuevo aspecto amable y simpático, aquellos monstruos ya no daban nada de
miedo, sino que entraban ganas de regalarles dulces y golosinas.
Y así fue cómo los niños de todo el
mundo aprendieron, a base de dibujar sonrisas, a convertir cualquier tipo de
monstruo en una criatura simpática y dulce, y convirtieron la aterradora noche
de Halloween en una gran fiesta.
Un beso para todos y ...¡Hasta la próxima!
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